He tenido el placer de participar en
una singular cata en el I Concurso de Vinos “Casino de Madrid”, organizada por
el skalega Eliseo González, pero en esta ocasión fuimos un pequeño grupo (dos
por mesa), para hacer una cata ciega de vinos bajo la dirección técnica de la
gran dama del vino, la extremeña María
Isabel Mijares, y coordinado por su director el casinista Francisco Jiménez.
Éramos unas cinco mesas, con dos
catadores y tuve el placer de compartir cata con Rosa Román, la presidenta en España de “La
Chaîne des Rôtisseurs”. También tuve el gusto de comentar la jornada con María
Luisa de Contes, presidenta de las Mujeres Avenir, la Asociación de Amistad
Hispano – Francesa.
La intención de esta mesa es dar a
conocer los gustos de los consumidores, que son tan importantes como la de los
catadores profesionales que catalogan al vino de manera perfecta, según sus
grandes saberes, pero como dice el pueblo: Solo hay dos clases de vinos: “El que me gusta y el que no”. Y un servidor
ha tenido la oportunidad de estar en la mesa del gran público, de los
consumidores de los buenos caldos.
De la página web del I Concurso de
Vinos del Casino de Madrid copio literalmente sus objetivos: Divulgar
la cultura del vino, su consumo razonable y su disfrute, facilitando el que los
socios del Casino de Madrid, los socios de los 280 clubs sociales (33 en
España) que tienen correspondencia con él, y el resto de los consumidores
puedan “conocer, divulgar, consumir, y regalar vinos de calidad” teniendo más y
mejores opciones donde elegir con plenas garantías”.
Se
probaron seis vinos, tres blancos (dos Ribeiros), y tres tintos. El tercer blanco, era dulce (hay que decir
que yo los vinos dulces los considero como muy femeninos, algo que no le gusta
a mi amiga Mijares). Este vino blanco es de una variedad de uva italiana,
producido en Extremadura y es un gran lujo, ya que el año pasado sólo se
embotellaron 3.000 botellas.
Hubo
tres tintos (/dos Ribera y un Rioja). Al segundo Ribera, otro gran caldo, le di
91 puntos, bueno, una medalla de oro y fue, como ya es tradicional en mí, dejarlo
para el final y darle un buen trago.
¡Mereció la pena!
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